ALEQS GARRIGOZ
marzo 05, 2024DOS POEMAS DE EL BARRO ADOLESCENTE
ESTÁ SOLO ACOSTADO EN LA CAMA Y SE EXPLORA EL OMBLIGO CON UN DEDO
Es un resquicio sagrado donde un niño ama un trigo inviolado, un acusado
estar en la membrana tibia: espesores de niebla apenas
traspasada por la luz del cerillo. La sombra es acariciante
y aguda. En sus muslos
gotean chispas increadas
y los murmullos de la risa pueden decir “nunca” o “siempre”.
En la ventana el vidrio acude al sol
y se traspasa de pájaros: campanas
–una constelación de leche está esperando.
Hay diamantes que fulguran en la entraña
de lo que ama sin saberlo: no una cinta rígida
contra una caja de piedras; más bien
el vellocino de oro, aleteos
rutilantes y rutas astronómicas desperdigadas por todos los pliegues.
Pero ahora es la paloma sin sangre
(corre, pues, el agua: sus medusas y corales
están reposando, los peces bajan por las venas
y densifican las piernas, enaltecen
los pulgares. Mira sus uñas
reciénteme cortadas, aún en el piso:
ligera mugre que para algunos sería deliciosa;
y las avispas del jardín ya sobre el panal.)
Están los dientes dispuestos
y muerden el aire. Ventiscas suaves. La cintura
es una curva y te aproximas: destella el armario.
Las paredes son de cal. Salitre en las comisuras de todos los arcos
pronunciando algo lento como un camino,
una axila semiabierta.
En la delgada sábana, imantaciones crepusculares
y plenilunios permeando dos testículos que suben
por las cuerdas con la suavidad de los días;
rotaciones de intuición
que amalgaman un queso fortificante, sus hoyuelos laberínticos.
Calcetines olorosos. Es un aljibe y nadie lo sabe.
El petirrojo bajará: dejará una semilla
en esa copa de dicha,
y el vino amortiguará el calcio, más temprano que tarde.
Todo está en orden. Todo se forma
como un mosto en un tonel
dejado a la intemperie: como los líquenes
encontrados sobre una roca.
El púber acontece.
MIRA UNA POSTAL Y SUEÑA DESPIERTO CON LUGARES LEJANOS DONDE NO HAY HUMEDAD
Parecería una selva. Te abraza, en el sopor, un viento
de lianas y el lodo envolvente. Resanar y resanar.
La soledad está poblada de avecillas,
y tardos rumores de libélulas y rosarios.
El sendero alberga un dragón. El jardín está hirviendo
y sus ojos hablan las distancias cercanas,
espectros cóncavos para una sed
(un afecto, un beso que no se ha dado,
un pan traslúcido que el moho apaña
como fragatas que intensifican un fuego que será aguerrido;
en la zona del horizonte los cinceles expectantes intensifican
la búsqueda del cuerpo).
Abraza un nombre. Como letra roja
que recuerda al pecado. No hay bufón esta vez.
La contemplación es seria.
El calor acendra los espacios, los enrarece con un aroma intenso
de hombres terribles: los va desgajando
con dedos finísimos como a una gasa.
Alrededor, las cortinas enrollan la calma:
es la abstracción: mirar hasta allá, en su interior,
cómo a un tronquito (más bien rama esbelta)
lo lleva el río y se mece y arriesga.
Su pan es testicular. Abejas y avispas: oro y negro.
Se han formado mejor las tetillas
un día cualquiera que dolieron
como quistes de espinas o crucifixión tropical.
Las procesiones en la calle no pararon por la lluvia.
Todo se dispersaba: abuelas, médulas,
niñas vírgenes y muchachos que ya mostraban el orgullo
en sus incipientes bigotes. Un perro ladró apenas.
El altar de esta atmósfera es barroco.
No hay cielo en él. Hay carne
en la proximidad del sacrificio. Marismas
se revuelven en la noche.
Y se llora porque se está solo.
Ahora acude con interés: es un costal de piñas,
una muela llena de helechos:
allí sus amigos juegan con sus manos
y el burro baja sobre el resplandor de un plano inclinado.
Torrentes de sangre.
Es una crepitación. ¿Será el horror?
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