ENTRE HUMO Y POLVO

mayo 30, 2024


 “Somos nuestra propia historia”, grabado en relieve, 40 X 30 cm
Texto e imagen: Miguel Ɓngel HernƔndez


7


EL COLUMPIO


Aviones de guerra

El llano Ôrido y seco de don Emilio se extendía circundando un montículo natural de piedras y tierra en forma de pirÔmide. Don Emilio, fue un terrateniente venido a menos que por presión y por dinero fue cediendo sus tierras a los colonos. Una cerca de ramas y palos separaba lo poco de terreno que le quedaba para la siembra de maíz, frijol y calabaza que, a pesar del sofocante calor, crecían a duras penas en aquellos surcos pedregosos y de tierra seca.

Ahí se veía todos los días a don Emilio, rondando desconfiado su lindero. Un personaje de mirada endurecida y cansada por los años. Con grandes patillas, bigote abultado y retorcido en sus puntas como el de Zapata. Las canas de los años, escurriendo por debajo del sombrero de palma, que lo protegía del coraje abrasador del sol. Pantalón y camisa de manta. Con su paliacate rojo al cuello con el que recogía a cada momento el sudor de su rostro. Sus huaraches de llanta y cuero, de los llamados pata de gallo, unían al personaje a su propiedad con la misma esperanza de las raíces de su siembra a la tierra yerma.

La casa familiar, construida por las propias manos paternas junto al lindero de don Emilio, estaba compuesta de una cocina grande hecha de adobe, techada con lĆ”minas de cartón ennegrecidas con asfalto y piso de tierra; un dormitorio de barro y piedras encajonadas con varas de matorrales y horcones de soporte, techada de los mismos materiales que la cocina y piso de concreto. Las puertas artesanales estaban hechas con pequeƱos rectĆ”ngulos de latas de aceite, colocadas a manera de rompecabezas, enmarcadas con duelas de madera y muy segura con su ingenioso picaporte.

Un generoso huerto rodeaba la construcción, con una variedad de plantas frutales, sembradas con mucha dedicación y esmero. Se cosechaba por temporada tamarindos, almendras, mangos y ciruelas. Resaltaban en el patio dos hermosos framboyanes, que en primavera se llenaban de flores y “gallitos” que, al caer, cubrĆ­an el patio frontal de un suave y acolchonado tapiz naranja de aroma dulce y tierra mojada, avivada por el riego de la manguera en las maƱanas.

La colonia, donde se ubican estos recuerdos, estaba conformada en esa época por una veintena de manzanas rectangulares de seis lotes cada una. En conjunto, dibujaban un entramado de calles y avenidas polvorientas en perfecto trazo. En las tardes muy calurosas, se formaban pequeños remolinos o vórtices de viento y polvo que las personas al verlos se persignaban, argumentaban que en el centro de aquel pequeño torbellino viajaba un diablo, tan pequeño que se podía exterminar de un sombrerazo.

En tiempos de lluvia, las calles se convertían en ríos, con un caudal inmenso, que bajaba de las partes mÔs altas de aquel territorio, que algún día, sirvió para la caza de venados, armadillos, conejos, coyotes y osos hormigueros o brazo fuerte como le llamaban. Con la llegada de don Emilio y otros campesinos como él, la fauna silvestre fue exterminada con el desmonte y la tierra fue usada para la siembra y al paso del tiempo para construir viviendas de la gente que llegaba.

DespuƩs de las lluvias, quedaban charcas de agua. Mariposas y libƩlulas volaban sobre ellas. Algunas, tomando agua y en veces, flotando muertas. De vez en cuando, se veƭan tortugas y culebras en las calles o en la cerca, escondiƩndose del peligro de la resortera en las manos de los niƱos y adolescentes en sus simulacros y juegos de cacerƭa.

Las madrugadas y el sueƱo se interrumpƭan con el golpe seco de ruedas y cascos en la tierra y piedras de la calle, al paso de las carretas jaladas por la yunta de bueyes que venƭan de barrios vecinos: Santa Marƭa, Santa Cruz o de Lieza, a recoger la cosecha de mucho mƔs allƔ de los lƭmites territoriales de don Emilio. En la tarde, venƭan de regreso, repletas de leƱa, de mazorcas o calabazas. Otras veces, cargadas de horcones para construir las enramadas y celebrar en ellas bodas o quince aƱos o simplemente para sombra en los hogares.

En el 68, las noticias nocturnas en la radio, pulverizaba las noches en pesadillas de guerra. En los petates, los pequeƱos se acurrucaban temerosos en los brazos de sus madres. El estruendo de aviones militares o comerciales provocaban sueƱos en el que, tanques con grandes caƱones volaban como monstruos amarillos sobre el techo. Esas imƔgenes onƭricas volverƭan durante toda su vida como fantasmas, moviƩndose en el cielo.

Y asƭ, se fueron los dƭas, los meses y los aƱos, soƱando a viajar por el mundo sobre columpios de bejucos que cubrƭan el tronco y la fronda de aquel Ɣrbol, que, generoso y paciente, esperaba florecer con la alegrƭa de aquel grupo de niƱos y niƱas de la cuadra a la vera de aquel llano, como en el cuento del gigante egoƭsta de Oscar Wilde.


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