ENTRE HUMO Y POLVO
mayo 14, 20246
DE QUE LOS HAY LOS HAY
Un botĆ³n sirve de muestra
Narro esto con el Ćŗnico afĆ”n de recuperar los olvidos, para invalidar la desmemoria del egoĆsmo y dignificar la excepciĆ³n extraordinaria.
05:30 am, la luz de la bombilla incandescente parpadeaba, tĆmida y amarillenta, dentro de aquella construcciĆ³n de adobe y tejas, improvisada como direcciĆ³n, salĆ³n y biblioteca. El trabajo ya habĆa comenzado treinta minutos antes. Era un dĆa mĆ”s en ese rincĆ³n de Ejutla de Crespo en la RegiĆ³n Valles Centrales del estado de Oaxaca.
Desde la escuela, a esa hora de la maƱana, se veĆan solo las siluetas de las montaƱas y las negras manchas de pequeƱas caƱadas que rodeaban al pueblo. Desde las casas y los terrenos de siembra aledaƱos, llegaban rĆ”fagas ocasionales de ladridos de perros, rompiendo con sus ecos la neblina y el silencio que cobijaban los cerros; unas veces, ahuyentando a los coyotes hambrientos de chivos, gallinas y pollos y en otras, en una ruidosa comitiva, acompaƱaban por los linderos de sus dominios los pasos del transeĆŗnte, desmaƱado y de presuroso andar, camino a regar la siembra; otras veces, iniciando el viaje para visitar a un pariente en otro pueblo; y si era jueves, la misiĆ³n quizĆ”, era ir por el encargo con el “compa Rey” en su “troca” al baratillo de la heroica de Sabino Crespo o tal vez, simplemente haciendo algo mĆ”s mundano, llegar a casa despuĆ©s de estar fuera durante la noche, por negocios o por una bacanal con los amigos del pueblo.
Las cinco en punto, era la hora para que el maestro que propiciĆ³ estas lĆneas de signos y recuerdos, despertara a la obligaciĆ³n y al deber. AsĆ fue desde el principio —decĆan los del pueblo—, y durante los cinco largos aƱos que llevaba en ese somnoliento pueblo, respirando en las maƱanas ese olor mĆ”gico a humo y vapor de los tejados y el profundo negro de las noches salpicadas de estrellas.
Ceremonioso y rutinario, levantaba su cobija y petate de palma. Con el frĆo azul de la maƱana, barrĆa su salĆ³n. Afinaba detalles de la planeaciĆ³n en su bitĆ”cora mientras calentaba agua para su leche en polvo o chocolate y cocĆa garbanzo o frijol molido en una pequeƱa parrilla elĆ©ctrica. Hasta en su andar, mirabas la seriedad de su visiĆ³n de vida.
—Me quedo dos semanas, trabajando sĆ”bado y domingo— me dijo cuando lleguĆ© comisionado a su escuela —y no es para asustarte— agregĆ³ casi gritando, con ese estoico gesto y acento norteƱo, propio en el hablar de los habitantes del pueblo y asumido por Ć©l en su inserciĆ³n. —Al pueblo hay que cumplirle, cobramos arraigo y lo tenemos que desquitar— concluyĆ³, convencido de la obligaciĆ³n moral que tenĆa como maestro rural y sin mostrar mortificaciĆ³n alguna. AsĆ fue, durante todo el tiempo que trabajĆ© a su lado, la salomĆ³nica sentencia la cumpliĆ³ al pie de la letra, y en honor a la verdad, no tanto por mĆ.
No habĆa pretensiones en sus actos. No habĆa desplantes de sabio, ni retĆ³rica ideolĆ³gica en sus palabras; solo era un maestro con una responsabilidad deliberada y con una genuina debilidad por las canciones de moda de los Tigres del Norte o de El Recodo. Silbaba siempre las de su agrado cuando iba y venĆa de la casa de “TĆa Cheba” por un plato de “gorgolitos” -como le decĆan algunos pequeƱos del pueblo a los frijoles de olla-, y las tortillas calientes, mientras el cafĆ© de la maƱana hervĆa sobre la parrilla elĆ©ctrica en la pequeƱa cocina, en el mismo espacio que servĆa de dormitorio.
En el trabajo y en la fiesta, acompaƱaba generoso, dĆ”ndose y sin pedir nada. Con el vino jerez y la vaporosa barbacoa en la mesa, ocupaba Ć©l un lugar privilegiado entre la gente del pueblo. En la celebraciĆ³n mĆ”s arraigada en todos los pueblos de nuestro estado, y que en este rinconcito no podĆa ser la excepciĆ³n, llamada “de todos los santos”, se congregaban adultos y pequeƱos para mantener vivo el respeto a los muertos. La salsa espesa, preparada con diferentes chiles y muchos otros ingredientes y especias que el nahual llamĆ³ “mulli”, o mole para nosotros, era la comida predilecta. —¡Ah diablos, como pica!— siempre era su expresiĆ³n al probarla, emulando la frase que los hombres del pueblo decĆan. Se quitaba el fuego que atormentaba su boca con la cerveza bien frĆa que, entre risas de los presentes, la mujer anfitriona servĆa; despuĆ©s de apurar el trago, continuaba con el delicioso tormento. El generoso pan de muerto, con su diminuta y colorida carita y el milenario y exĆ³tico chocolate de “Elvirita”, calentaba y alimentaba el estĆ³mago y el alma, para el trabajo durante el dĆa, en las frĆas maƱanas y en las noches, como postre exquisito de los sueƱos. Mientras, los pequeƱos llenaban el ambiente con las explosiones y aroma de la pĆ³lvora que, hacĆa meterse a los perros bajo el brasero. Lo “Moderado y seguro en el hablar y cabal y honesto en el actuar” como un reglamento castrense, gobernaba su vida.
Dos aƱos despuĆ©s, en un dĆa cualquiera, entre abrazos de los compadres y lĆ”grimas de los ahijados y alumnos, despidieron al maestro rural; al pedagogo por vocaciĆ³n, que habĆa cumplido con dedicaciĆ³n y esmero su compromiso, asumido frente al jurado despuĆ©s de su examen profesional. Trabajador y revolucionario que, sin la pedanterĆa de rollos, aquel hombre de ambiciones y sueƱos se entregĆ³ y se ganĆ³ a la gente. HabĆa llegado el momento de buscar nuevos horizontes, de llevar a otros, los saberes y valores adquiridos en su experiencia, en esa escuela y en ese pueblo.
La dote del pueblo fue generosa: guajolotes, chivos, mezcal y cientos de corazones agradecidos por su entrega, y de mĆ…estas lĆneas de admiraciĆ³n y respeto.
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