ENTRE HUMO Y POLVO

mayo 14, 2024

 El faro, grabado en relieve, 40 X 30 cm
Texto e imagen: Miguel Ɓngel HernƔndez

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 DE QUE LOS HAY  LOS HAY


Un botĆ³n sirve de muestra

Narro esto con el Ćŗnico afĆ”n de recuperar los olvidos, para invalidar la desmemoria del egoĆ­smo y dignificar la excepciĆ³n extraordinaria.

05:30 am, la luz de la bombilla incandescente parpadeaba, tĆ­mida y amarillenta, dentro de aquella construcciĆ³n de adobe y tejas, improvisada como direcciĆ³n, salĆ³n y biblioteca. El trabajo ya habĆ­a comenzado treinta minutos antes. Era un dĆ­a mĆ”s en ese rincĆ³n de Ejutla de Crespo en la RegiĆ³n Valles Centrales del estado de Oaxaca.

Desde la escuela, a esa hora de la maƱana, se veĆ­an solo las siluetas de las montaƱas y las negras manchas de pequeƱas caƱadas que rodeaban al pueblo. Desde las casas y los terrenos de siembra aledaƱos, llegaban rĆ”fagas ocasionales de ladridos de perros, rompiendo con sus ecos la neblina y el silencio que cobijaban los cerros; unas veces, ahuyentando a los coyotes hambrientos de chivos, gallinas y pollos y en otras, en una ruidosa comitiva, acompaƱaban por los linderos de sus dominios los pasos del transeĆŗnte, desmaƱado y de presuroso andar, camino a regar la siembra; otras veces, iniciando el viaje para visitar a un pariente en otro pueblo; y si era jueves, la misiĆ³n quizĆ”, era ir por el encargo con el “compa Rey” en su “troca” al baratillo de la heroica de Sabino Crespo o tal vez, simplemente haciendo algo mĆ”s mundano, llegar a casa despuĆ©s de estar fuera durante la noche, por negocios o por una bacanal con los amigos del pueblo.

Las cinco en punto, era la hora para que el maestro que propiciĆ³ estas lĆ­neas de signos y recuerdos, despertara a la obligaciĆ³n y al deber. AsĆ­ fue desde el principio —decĆ­an los del pueblo—, y durante los cinco largos aƱos que llevaba en ese somnoliento pueblo, respirando en las maƱanas ese olor mĆ”gico a humo y vapor de los tejados y el profundo negro de las noches salpicadas de estrellas.

Ceremonioso y rutinario, levantaba su cobija y petate de palma. Con el frĆ­o azul de la maƱana, barrĆ­a su salĆ³n. Afinaba detalles de la planeaciĆ³n en su bitĆ”cora mientras calentaba agua para su leche en polvo o chocolate y cocĆ­a garbanzo o frijol molido en una pequeƱa parrilla elĆ©ctrica. Hasta en su andar, mirabas la seriedad de su visiĆ³n de vida.

—Me quedo dos semanas, trabajando sĆ”bado y domingo— me dijo cuando lleguĆ© comisionado a su escuela —y no es para asustarte— agregĆ³ casi gritando, con ese estoico gesto y acento norteƱo, propio en el hablar de los habitantes del pueblo y asumido por Ć©l en su inserciĆ³n. —Al pueblo hay que cumplirle, cobramos arraigo y lo tenemos que desquitar— concluyĆ³, convencido de la obligaciĆ³n moral que tenĆ­a como maestro rural y sin mostrar mortificaciĆ³n alguna. AsĆ­ fue, durante todo el tiempo que trabajĆ© a su lado, la salomĆ³nica sentencia la cumpliĆ³ al pie de la letra, y en honor a la verdad, no tanto por mĆ­.

No habĆ­a pretensiones en sus actos. No habĆ­a desplantes de sabio, ni retĆ³rica ideolĆ³gica en sus palabras; solo era un maestro con una responsabilidad deliberada y con una genuina debilidad por las canciones de moda de los Tigres del Norte o de El Recodo. Silbaba siempre las de su agrado cuando iba y venĆ­a de la casa de “TĆ­a Cheba” por un plato de “gorgolitos” -como le decĆ­an algunos pequeƱos del pueblo a los frijoles de olla-, y las tortillas calientes, mientras el cafĆ© de la maƱana hervĆ­a sobre la parrilla elĆ©ctrica en la pequeƱa cocina, en el mismo espacio que servĆ­a de dormitorio.

En el trabajo y en la fiesta, acompaƱaba generoso, dĆ”ndose y sin pedir nada. Con el vino jerez y la vaporosa barbacoa en la mesa, ocupaba Ć©l  un lugar privilegiado entre la gente del pueblo. En la celebraciĆ³n mĆ”s arraigada en todos los pueblos de nuestro estado, y que en este rinconcito no podĆ­a ser la excepciĆ³n, llamada “de todos los santos”, se congregaban adultos y pequeƱos para mantener vivo el respeto a los muertos. La salsa espesa, preparada con diferentes chiles y muchos otros ingredientes y especias que el nahual llamĆ³ “mulli”, o mole para nosotros, era la comida predilecta. —¡Ah diablos, como pica!— siempre era su expresiĆ³n al probarla, emulando la frase que los hombres del pueblo decĆ­an. Se quitaba el fuego que atormentaba su boca con la cerveza bien frĆ­a que, entre risas de los presentes, la mujer anfitriona servĆ­a; despuĆ©s de apurar el trago, continuaba con el delicioso tormento. El generoso pan de muerto, con su diminuta y colorida carita y el milenario y exĆ³tico chocolate de “Elvirita”, calentaba y alimentaba el estĆ³mago y el alma, para el trabajo durante el dĆ­a, en las frĆ­as maƱanas y en las noches, como postre exquisito de los sueƱos. Mientras, los pequeƱos llenaban el ambiente con las explosiones y aroma de la pĆ³lvora que, hacĆ­a meterse a los perros bajo el brasero. Lo “Moderado y seguro en el hablar y cabal y honesto en el actuar” como un reglamento castrense, gobernaba su vida.

Dos aƱos despuĆ©s, en un dĆ­a cualquiera, entre abrazos de los compadres y lĆ”grimas de los ahijados y alumnos, despidieron al maestro rural; al pedagogo por vocaciĆ³n, que habĆ­a cumplido con dedicaciĆ³n y esmero su compromiso, asumido frente al jurado despuĆ©s de su examen profesional. Trabajador y revolucionario que, sin la pedanterĆ­a de rollos, aquel hombre de ambiciones y sueƱos se entregĆ³ y se ganĆ³ a la gente. HabĆ­a llegado el momento de buscar nuevos horizontes, de llevar a otros, los saberes y valores adquiridos en su experiencia, en esa escuela y en ese pueblo.

La dote del pueblo fue generosa: guajolotes, chivos, mezcal y cientos de corazones agradecidos por su entrega, y de mĆ­…estas lĆ­neas de admiraciĆ³n y respeto.


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