ENTRE HUMO Y POLVO

marzo 15, 2024


Trascendencia, grabado en relieve, 20 X 30 cm
Texto e imagen: Miguel Ángel Hernández


5 

GUAYACAN


Aullar entre lobos


Con frecuencia, se le veía con “la palomilla” en alguna banqueta de las calles de la colonia, “disparando” bromas después de cada trago de mezcal o de cerveza. También se podía ver en alguno de los tres hidrantes que estratégicamente surtían   agua potable a los colonos en esos tiempos y ahora en desuso. Otras veces, se le encontraba a la sombra de algún árbol, pasando los sinsabores de la “cruda” de una noche o de varios días de parranda, así como bajo la fresca y bondadosa lluvia tan esperada en un territorio tan seco donde el mayor tiempo del año se soporta estoicamente los ventarrones de polvo y de mar. 

En la frescura y olor a tierra mojada de alguna de las muchas enramadas en esta región istmeña, improvisadas como cantinas, los amigos disfrutaban con él la charla cuando la fortuna lo acompañaba.

Mostraba con cierto orgullo un físico abundante en masa muscular, producto de rudas faenas en su juventud, del ejercicio y de los encuentros amateur de box. Golpeado y golpeador en los pleitos de cantina y en los frecuentes encuentros callejeros de las incipientes bandas y tribus urbanas de los ochenta.

Hombre con una amplia sabiduría popular y con los conocimientos suficientes sobre el noble arte de esculpir, abrevados en múltiples y tan diversas experiencias personales y en una módica pero interesante biblioteca personal. 

Frecuentar su taller era toda una experiencia didáctica de la más amplia variedad de temas. Era escucharlo hablar de sus pifias, narraciones fantásticas y parrandas mientras que, con diferentes formones y el mazo iba ayudando a la madera en su transmutación en unas increíbles esculturas. 

Entre virutas, polvo y trozos de madera se desarrollaba la improvisada y fortuita clase. Tallaba con variadas herramientas y entre ellas estaba su mayor tesoro: un juego de formones acomodados con una especial dedicación en formas y tamaños en su estuche blanco de lona. Al preguntarle de ellas, contaba la historia del gringo que se las había obsequiado, el cual, le compraba sus piezas a precios muy bajos usando las peripecias de Mr. Winthrop en el cuento de Traven. Después, con ellas, hacer bisnes al más abusivo estilo americano, pero con la diferencia que aquí por la necesidad propia de una vida dedicada únicamente al arte, era seducido por el canto de las sirenas y terminaba rematando sus piezas para la manutención familiar o para curar alguna de sus resacas.

Más de uno en la colonia, daba referencia de su magistral forma de transformar la madera y de su habilidad y maña en los golpes y peleas callejeras. Ser amigo de él y contar con su aprecio servía como salvaguardo en un territorio rudo y bárbaro, colonizado por espíritus aventureros tan diversos.  

Contaba que, su afición a la representación de la figura humana y de animales con la madera, nació en sus múltiples aventuras y travesías que realizaba periódicamente desde muy pequeño, para llevar víveres a su padre, que se desempeñaba como custodio del sitio arqueológico de la cultura zapoteca. El cual estaba Ubicado estratégicamente en la cima de un cerro, localizado aproximadamente a catorce kilómetros al noroeste de Tehuantepec y que los lugareños le llaman Guiengola en lengua zapoteca o “Piedra Grande”, en su traducción al español. 

Vi salir de su intelecto y manos una vasta producción. Recuerdo los duros y pacientes procesos creativos, y sus bellos terminados. Máscaras con los gestos y rasgos de “viejos sabios”, cabezas de animales con la madera del zompantle. Los fantásticos tigres, leopardos, panteras y hermosas mujeres de un oscuro brillante. Vetas en ocres y café que solo el Guayacán puede dar. 

Su nombre de pila era Juan Ramírez. Los amigos lo nombraban “Juan Máscaras” y en el calor de las peleas le gritaban “El Lobo”. Lo cierto es que Juan, con su fuerza y carácter, y con la delicadeza del trapo y aceite, supo arrancar la tropical y exótica belleza del Palo Fierro o Palo Santo, llamado también Guayacán y que, en latín, lo llaman lignum vitae o árbol de la vida. 

La enorme sensibilidad artística de este personaje, se hará manifiesta por siempre en los terminados de sus increíbles esculturas y estarán, quizá, mostrándose en los espacios frecuentados por los amantes y corredores de arte. En cada una de ellas, habita inmortal, la fuerza y rudeza del creador “Juan Máscaras”.


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