Son las 6:30 pm, camino con Jorge Nuñez, una llovizna mustia nos persigue, luego lo inevitable; la llovizna muta en tormenta. Hay que apurar el paso, dejamos pendiente la charla y caminamos a prisa. Nos detenemos en la primer cuadra de Morelos, enfrente nos queda el periférico y la rotonda donde se encuentra el monumento al dengue, como fue bautizada popularmente la escultura con forma de libélula del artista Andriachi. Frunzo el ceño y me detengo antes de proferir vulgaridades, al pensar que quienes afean la ciudad, son los mismos que la quieren hacer turística. Después de todo, pienso, los políticos no saben de estética, ¿se les puede juzgar por su ignorancia?

Un letrero discreto pero luminoso anuncia el lugar, un círculo de acrílico, de apenas

unos 70cm de diámetro indica: Coyote Bar. Entramos a un espacio pequeño pero

acogedor y cómodo, buscamos una mesa y nos sentamos; se nos acerca el Grillo,

propietario y mesero del lugar. Jorge pide un whisky y yo un Matusalem, ambos dobles, de alguna manera debemos quitar el frío que dejó la lluvia.

El Coyote Bar fue fundado hace 23 años, en el 2000, por Rolando Rojas Martínez,

mejor conocido como el Grillo quien hasta la fecha administra y atiende el lugar. Los

vasos llegan a la mesa y el Grillo se sienta con nosotros, es una noche de martes y hay pocos clientes.

El Grillo nos cuenta que es originario de la zona chontal de Oaxaca, entre el istmo y la costa, precisamente del Coyul, pueblo en donde pasó los primeros años de su vida; lugar que le regaló sus primeras experiencias. En esas tierras aprendió a cazar iguanas y a pizcar nanches. Estas experiencias de vida son tema recurrente en sus composiciones musicales, porque vale la pena decirlo, el Grillo no sólo es bartender, sino que también es cantautor.

Nos platica que llegó a la ciudad como todos; en busca de una oportunidad. Sus planes eran estudiar, y pese a que terminó sus estudios como Ingeniero Agrícola, jamás ejerció. Por extraño que parezca, prefería su trabajo como bartender en un conocido restaurante de mariscos. Fue ahí donde aprendió el oficio y el negocio, y, como él dice, siempre nos llega un momento en la vida, en que uno siente que debe hacer sus cosas de manera independiente. Esta inquietud lo llevó a pensar en el concepto que quería dar a su bar.

El coyote es un animal que pasa el día en su madriguera, y solo sale en la tarde-noche para cazar y aullar a la luna. Con ello, Grillo nos deja claro que le interesa la

convivencia y el canto, como formas de expresión humana. Por eso, en el lugar la

música se pone a un volumen prudente. La finalidad de asistir a un bar, recalca Grillo, es platicar. Que el cliente sienta que está en un lugar al que puede volver y con ello crear tradición.

Este concepto lo ha llevado a sobrevivir dos crisis en Oaxaca; primero el conflicto

político del 2006 y más recientemente la epidemia de COVID-19. Durante la primera, la calle de Morelos estaba en proceso de remodelación y una gran zanja frente al bar impedía el paso de los clientes, eso aunado a una ciudad sitiada por fuerzas federales. Por otra parte, la epidemia que asoló al mundo entero en el 2020, también dio sus golpes al Coyote Bar, pero no lo derribó. Su fuerza reside en sus clientes, que son locales y constantes; Grillo no cree que el turismo va a salvarnos de una crisis, pues en esos momentos los extranjeros regresan sus países, prefiere apostar más por una clientela oaxaqueña. Quien sabe, quizás El Coyote Bar se convierta en una de las últimas barricadas que resistan a la gentrificación.

Son ya las 3:00 am, Jorge y yo apuramos el último trago de cerveza y salimos del lugar, ha parado de llover y la ciudad recién bañada nos invita a caminarla, vuelvo a echar un vistazo al monumento al dengue y pienso en los falsos monumentos que se han edificado con dinero público, y una pregunta me asalta: ¿Hasta cuándo los ciudadanos nos haremos responsables de nuestra ciudad? Espero la respuesta no llegue tarde.