LOS ELEFANTES DE RÍO MANTECA, OAXACA.

abril 10, 2024

 
Texto: Hugo Tovar

Fotos: Dionicio Martínez 


Pablo Escobar, legendario narcotraficante y máximo capo colombiano, mandó traer desde África hipopótamos para tenerlos de mascotas exóticas en su lujosa guarida construida en el corazón de la selva colombiana. Una vez muerto el capo y desmantelada su organización delictiva, los hipopótamos quedaron en el abandono y por instinto de sobrevivencia, escaparon río adentro. Ya en libertad los paquidermos se adaptaron al medio selvático, se reprodujeron y ahora hay hipopótamos salvajes en plena selva colombiana.


Miguel Hidalgo, Huitepec, es un pueblo enclavado en uno de los tantos nudos montañosos que forman la Sierra Madre del sur de esta cadena volcánica. Río Tronco, (como también llaman a este pueblo).


Como he ido a tantos otros pueblos, fui a compartir algo de los modestos conocimientos artísticos que poseo. Un grupo de profesores originarios de esa comunidad a través de uno mi compadre Dionisio, me invitaron a impartir un taller de escultura a los pequeños habitantes de esa comunidad.


Éste, es un pueblo como tantas otras comunidades de nuestro país; hermosos paisajes, riqueza cultural, gente noble y buena, pero lacerada por la pobreza y el abandono en que se han tenido por tantos años a los pueblos originarios de nuestra tierra.


La conexión a internet es limitada y la televisión y los medios tradicionales, por fortuna no llegan mucho por estos lares, de modo que los niños y las niñas de estos pueblos, sin la contaminación mental de las grandes urbes, son avispados, inocentes, muy audaces, receptivos y limpias sus mentes y sus ideas, por eso mismo es loable la iniciativa de algunas personas que salieron del pueblo y se educaron o tuvieron acceso a la cultura y los beneficios de la modernidad en las ciudades. Estos hombres y mujeres se han organizado con recursos propios para llevar cultura y educación a las infancias de su pueblo. Ellos me invitaron.


Así llegué a este pueblo a impartir mi taller de escultura. Tengo que decirlo que están tan bien organizados que ofrecieron pagar el material que se utilizaría, aportar hospedaje y alimentos y cubrir mis honorarios. Y tengo que decirlo también que acepté la comida y el hospedaje, pero rechacé lo del material y pago alguno de mis honorarios. Que mejor honor que ser recibido con los brazos abiertos y poder compartir con los niños y las niñas de estos lugares un poquito de lo que me ha dado esta bella tierra.


Es en este contexto que aparece lo de los elefantes en el río. Trabajar la escultura con grupos muy numerosos es complicado y un poco difícil. Y eran muchos, por fortuna era un grupo numeroso de niños y niñas entusiasmados con los trabajos.


Ya lo dije, mentes muy receptivas, limpias, inocentes y creativas. Sólo fue organizarse para que con dos o tres instrucciones básicas, el cartón, el papel, la pintura y el engrudo empezara a transformarse en hermosas figuras fantásticas. De las pequeñas manos de estos infantes empezaron a tomar forma animales locales, toros, vacas, perros y gatos. Pero también crearon animales que sólo conocen por especulación o por la imaginación, tales como dragones, tigres, rinocerontes... y elefantes.!



Una pequeñita de unos cinco o seis añitos me dice, --yo quiero hacer un elefante, y empezó así bajo mi dirección a hacer un elefante. Ya avanzada su pieza y casi para terminarla le hice ver que a su elefante le faltaban las orejas y los colmillos, y fue así que se suscitó la siguiente conversación:


Oye, pero a tu elefante le faltan los colmillos, le dije.


-- ¿A poco tienen colmillos? Me preguntó.


Claro que tienen colmillos, ¿que no has visto a un elefante?, pregunté neciamente pensando que en algún lugar debería haber visto la imagen de un elefante.


-- Ahhh... si, ya me acordé. Me dijo.


Fue entonces que caí en cuenta de la necedad de mi pregunta, pero al mismo tiempo me dio mucha gracia su expresión y le reviré; ¿en dónde has visto a un elefante?


La pequeñita hizo un semicírculo con la mirada en el vacío, como escudriñando en sus recuerdos y con toda la seguridad del mundo dijo:-- En el pueblo de mi mamá.


Obviamente yo sabía que eso no era posible, pero por esas trastadas que aún siendo viejos nos da la vida, empecé a recordar a los hipopótamos de Pablo Escobar, e imaginé que algún suceso así pudiera haber traído elefantes a estos vericuetos del mundo y hasta vi en mi mente los elefantes chapoteando por ahí. y seguí con la conversación.


¿Y de dónde es tu mama?, le dije.


-- De Río Manteca, contestó.


Uno de los profesores, Leonides, que me invitaron a este pueblo y participaba en el taller elaborando una su cebra y que estaba escuchando la conversación, casi en lenguaje de señas y apuntando con el pincel me dijo entre dientes; detrás de aquel cerro, señalando el azul de los cerros de la tarde que pardeaba.


Ahhh..!! atiné a exclamar verdaderamente asombrado por la agilidad mental de la hermosa nenita.


Y en el pueblo de tu mamá, ¿en dónde están los elefantes?. Le pregunté tratando de arrinconarla y meterla en apuros. Pero la niña hábilmente esquivó la pregunta.


─En el río, me dijo con toda la naturalidad del mundo.


Ya para estas alturas el profesor y yo estábamos al borde de la risa, pero asombrados también sólo atinamos a cruzar miradas.



─Si, de veras. Son muy grandes, si hasta el otro día mi papá se quiso traer uno pero no pudo cargarlo porque pesan mucho.


Y fue así como me enteré que por estos rumbos había elefantes en Río Manteca.


Terminamos el taller exitosamente. Muy agradecidos con la gente de esta hermosa comunidad que nos trataron de lujo, comida exquisita, tortillas hechas a mano, agua de frutas.


Me despedí con mi cargamento de limas, una chilacayota, tortillas, un collar de chiles de una especie endémica de estas montañas, mezcal de maguey silvestre de estos rumbos y tomatillos. Pero sobre todo, me vine cargando la enorme sensación que siempre que voy a un pueblo como éste, me embarga, me asalta la sensación y un gran sentimiento de no poder quedarme para siempre, y una enorme tristeza de no tener una casita en un lugarcito en las montañas como éstas, una cabañita donde envejecer y despedirse de este mundo, pintando o haciendo monos y viendo los atardeceres y las noches estrelladas, escuchando los grillos y el canto del Cocoy, ese tecolotito pequeñito y que solo habita en esas tierras.



Así que ya lo sabes querido viajero, si la vida te da la oportunidad de venir por esos rumbos, con un poco de suerte encontrás elefantes en el río de esas montañas, no precísamente introducidos como los hipopótamos de Pablo Escobar, pero si de cartón y engrudo como los de esta hermosa niña que con mucho cariño y orgullo puedo decir fue una mi alumnita.


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