ENTRE HUMO Y POLVO
julio 31, 2024La buena vecindad
Los aromas que llegaban del terreno vecino arrastrados por el viento istmeƱo, envolvĆan como una segunda piel que se sobreponĆa a la primera. Ambas se reconocĆan complacientes para deleite de todos los sentidos.
La madre del que narra esta historia recibĆa con la complacencia de una nacida y crecida entre la siembra, cosecha y consumo de cacao, cafĆ© y tabaco en la hacienda familiar en su natal Tabasco. Era a ella a la que mĆ”s recuerdos le traĆa y la remitĆa a la aƱoranza de aquel ambiente saturado de aromas y sabores al machacar los granos en el mortero al golpe del mazo. Una sonrisa en sus labios delataba sus recuerdos de aquel humo que se desprendĆa a todas horas del comal sobre las lenguas del fuego, que voraz consumĆa los troncos de encino; mientras la cuchara de palo de su madre movĆa los granos sobre la superficie del comal para evitar que se quemaran. Con las visitas familiares en periodos vacacionales a esa hacienda en el otro extremo del istmo y las historias contadas con elocuencia por ella misma de cĆ³mo eran las faenas del tostado y moliendas, esas escenas revoloteaban casi reales frente a uno y sumando el consumo a diario en casa para el placer propio, el gusto por el sabor y aroma de esas delicias se fortaleciĆ³ en la familia.
Con los vientos de abril y mayo, aquellos aromas se integraban con el polvo y olor a cabras, cubriendo ese paraje istmeƱo desde hace varios aƱos. La cerca artesanal con palos y viliguanas construidas como lĆmite del terreno familiar, se confrontaba del otro lado con una lĆnea de magueyes, de espigadas pencas azules, dando la apariencia de una impenetrable barrera con sus amenazantes pĆŗas. Mas allĆ”, un corral improvisado con palos surgĆa de una alfombra de yerba verde olivo, procesada por el estĆ³mago de la manada de cabras, que berreando inquietos rumiaban incansables bajo el sol de la tarde, en la completa oscuridad de la noche o bajo la luna llena.
Con el Sol ya tibio de la maƱana, sin fallar un solo dĆa del aƱo, el berrear y el tropel de la manada al salir arreada por el esposo, los hijos o nietos de doƱa Beatriz, despertaban a los vecinos. Con gritos, alertaban y apuraban a los animales que se quedaban dentro.
Pancho, el hijo mƔs pequeƱo de doƱa Beatriz, el amigo de juegos de los niƱos de las casas vecinas, con la fuerza de su edad, golpeaba la panza o jalaba de los cuernos y orejas al atolondrado animal que, por enfermedad o sueƱo, se quedaba rezagado en uno de los rincones del corral.
DoƱa Beatriz, desde muy temprano, preparaba el cafĆ© y la salsa para el taco de Don Camerino, su esposo. Con su “Alitas” en la boca, y con la delicia y esmero de una niƱa con su caramelo, aspiraba el sabor amargo y seco del tabaco.
A gritos, con la energĆa y fuerza de la nicotina en sus nervios, ordenaba y coordinaba las tareas de la casa. La piel de todo su cuerpo, lucĆa el bronceado del sol intenso del istmo. Sus manos trĆ©mulas, una y otra, se turnaban para sostener y llevar el cigarrillo a la boca durante todo el dĆa. Su ligereza asombraba. Siempre nerviosa, siempre ella, llenaba el entorno con su aroma.
Su figura Ć”gil se entrelazaba con las varas secas del cercado-frontera con la calle, en su ir y venir de las compras al mercado, de las visitas a las comadres de la cuadra, de la iglesia y del pastoreo del rebaƱo de cabras en los dĆas de enfermedad o asueto de su esposo. Su delgadez le permitĆa casi volar con el aire y polvo de la calle. Con las lĆneas del tiempo, su rostro mostraba un corazĆ³n amable pero aprisa en su latir. Se podĆa leer los pensamientos y emociones contenida en sus ojos, como astros en lo oscuro de su piel. Su cuerpo de apariencia frĆ”gil, contrastaba con la primera impresiĆ³n al conocerla mejor. Con vibrante fuerza y dinĆ”mica energĆa, se desempeƱaba en sus haceres diarios. Juntaba leƱa, recolectaba pitayas y narraba sus andanzas con las comadres y amistades, desde esa energĆa intensa de saberse viva.
Con el Sol del atardecer, se anunciaba de nuevo la llegada de la manada. La campana del macho dominante sonaba inquietando a los perros de la cuadra, que peleaban con los propios de la casa. Sus nietos, con punterĆa exquisita, obligaban con piedras entrar al corral a las cabras y chivos despistados.
En la cocina, el humo del fogĆ³n, danzaba en su encuentro con las volutas del tabaco quemado. Don Camerino, ya sentado, con su sombrero en la rodilla, saboreaba el cafĆ© caliente, cansado de los aƱos, del sol y el polvo. Mientras tanto, doƱa Beatriz fumaba y lo observaba joven y fuerte en sus aƱos mozos.
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