ENTRE HUMO Y POLVO

julio 31, 2024

Texto e ilustración: Miguel Ángel HernÔndez HernÔndez
Bajo su sombra/grabado en relieve/2020 
 
8
BUENAVENTURA

La buena vecindad


       Los aromas que llegaban del terreno vecino arrastrados por el viento istmeƱo, envolvĆ­an como una segunda piel que se sobreponĆ­a a la primera. Ambas se reconocĆ­an complacientes para deleite de todos los sentidos.

La madre del que narra esta historia recibía con la complacencia de una nacida y crecida entre la siembra, cosecha y consumo de cacao, café y tabaco en la hacienda familiar en su natal Tabasco. Era a ella a la que mÔs recuerdos le traía y la remitía a la añoranza de aquel ambiente saturado de aromas y sabores al machacar los granos en el mortero al golpe del mazo. Una sonrisa en sus labios delataba sus recuerdos de aquel humo que se desprendía a todas horas del comal sobre las lenguas del fuego, que voraz consumía los troncos de encino; mientras la cuchara de palo de su madre movía los granos sobre la superficie del comal para evitar que se quemaran. Con las visitas familiares en periodos vacacionales a esa hacienda en el otro extremo del istmo y las historias contadas con elocuencia por ella misma de cómo eran las faenas del tostado y moliendas, esas escenas revoloteaban casi reales frente a uno y sumando el consumo a diario en casa para el placer propio, el gusto por el sabor y aroma de esas delicias se fortaleció en la familia.

Con los vientos de abril y mayo, aquellos aromas se integraban con el polvo y olor a cabras, cubriendo ese paraje istmeño desde hace varios años. La cerca artesanal con palos y viliguanas construidas como límite del terreno familiar, se confrontaba del otro lado con una línea de magueyes, de espigadas pencas azules, dando la apariencia de una impenetrable barrera con sus amenazantes púas. Mas allÔ, un corral improvisado con palos surgía de una alfombra de yerba verde olivo, procesada por el estómago de la manada de cabras, que berreando inquietos rumiaban incansables bajo el sol de la tarde, en la completa oscuridad de la noche o bajo la luna llena.

Con el Sol ya tibio de la maƱana, sin fallar un solo dƭa del aƱo, el berrear y el tropel de la manada al salir arreada por el esposo, los hijos o nietos de doƱa Beatriz, despertaban a los vecinos. Con gritos, alertaban y apuraban a los animales que se quedaban dentro.

Pancho, el hijo mƔs pequeƱo de doƱa Beatriz, el amigo de juegos de los niƱos de las casas vecinas, con la fuerza de su edad, golpeaba la panza o jalaba de los cuernos y orejas al atolondrado animal que, por enfermedad o sueƱo, se quedaba rezagado en uno de los rincones del corral.

DoƱa Beatriz, desde muy temprano, preparaba el cafĆ© y la salsa para el taco de Don Camerino, su esposo. Con su “Alitas” en la boca, y con la delicia y esmero de una niƱa con su caramelo, aspiraba el sabor amargo y seco del tabaco.

A gritos, con la energƭa y fuerza de la nicotina en sus nervios, ordenaba y coordinaba las tareas de la casa. La piel de todo su cuerpo, lucƭa el bronceado del sol intenso del istmo. Sus manos trƩmulas, una y otra, se turnaban para sostener y llevar el cigarrillo a la boca durante todo el dƭa. Su ligereza asombraba. Siempre nerviosa, siempre ella, llenaba el entorno con su aroma.

Su figura Ôgil se entrelazaba con las varas secas del cercado-frontera con la calle, en su ir y venir de las compras al mercado, de las visitas a las comadres de la cuadra, de la iglesia y del pastoreo del rebaño de cabras en los días de enfermedad o asueto de su esposo. Su delgadez le permitía casi volar con el aire y polvo de la calle. Con las líneas del tiempo, su rostro mostraba un corazón amable pero aprisa en su latir. Se podía leer los pensamientos y emociones contenida en sus ojos, como astros en lo oscuro de su piel. Su cuerpo de apariencia frÔgil, contrastaba con la primera impresión al conocerla mejor. Con vibrante fuerza y dinÔmica energía, se desempeñaba en sus haceres diarios. Juntaba leña, recolectaba pitayas y narraba sus andanzas con las comadres y amistades, desde esa energía intensa de saberse viva.

Con el Sol del atardecer, se anunciaba de nuevo la llegada de la manada. La campana del macho dominante sonaba inquietando a los perros de la cuadra, que peleaban con los propios de la casa. Sus nietos, con punterĆ­a exquisita, obligaban con piedras entrar al corral a las cabras y chivos despistados.

En la cocina, el humo del fogón, danzaba en su encuentro con las volutas del tabaco quemado. Don Camerino, ya sentado, con su sombrero en la rodilla, saboreaba el café caliente, cansado de los años, del sol y el polvo. Mientras tanto, doña Beatriz fumaba y lo observaba joven y fuerte en sus años mozos.




TAMBIƉN PODRIA GUSTARTE

0 comments

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

PUBLICACIONES MƁS LEƍDAS