ENTRE HUMO Y POLVO
enero 29, 2024
Caos, Grabado en relieve/ papel canson edicion. 40x30 cm, 2020
Texto e ilustraciĆ³n: Miguel Ćngel HernĆ”ndez HernĆ”ndez *
2
EL CONCURSO
Genialidad y locura
Llegaba tarde y sudoroso despuĆ©s de caminar el kilĆ³metro entre su casa y la escuela. En la entrada principal, el prefecto, un mixteco con voz Ć”spera y tan odiada por aquellos que frecuentemente recibĆan reprimendas, siempre lo retenĆa en la reja por algĆŗn detalle en vestimenta o limpieza personal. DespuĆ©s de proporcionarle una buena dosis de regaƱos —jalĆ”ndose los pelos y moviendo la cabeza de un lado a otro—, le recetaba su acostumbrada frase lapidaria: ¡Ya no tienes remedio!, y lo dejaba pasar.
Algunas veces, llegaba con una mochila que cerraba con el mismo cordĆ³n con el que la cruzaba en su espalda, para soportar el peso de un cuaderno engrapado Scribe de cien hojas. En otras ocasiones -que no eran pocas-, el cuaderno enrollado, viajaba incĆ³modo en la bolsa trasera del pantalĆ³n beige, utilizado como uniforme. Sin el cinturĆ³n reglamentario, con una que otra pinza de costura improvisada y con la bragueta abierta o rota, el pantalĆ³n se sujetaba milagrosamente a su cadera, apoyado por una u otra mano o por un pedazo de cinta o mecate para ajustarlo a su cintura. Algunas veces sin dobladillo, otras, enrollado en alguna de las piernas, delataba que los calcetines eran dispares en modelo, color, o que en uno de tantos descuidos habĆa olvidado ponerlos.
Un lapicero Bic prendido del primer ojal y el segundo botĆ³n de su camisa blanca llamaba la atenciĆ³n. En la clase, con el dedo Ćndice, se escudriƱaba la nariz buscando algo; mientras, con los dedos de la otra mano se apretaba alguno de los mĆŗltiples barros o espinillas en su rostro adolescente. Solo tomaba un pequeƱo receso en esas tareas cuando la compaƱera mĆ”s prĆ³xima, viendo el hilillo de sangre, le llamaba la atenciĆ³n gritando que se limpiara la cara, y Ć©l, obedientemente, se daba un tallĆ³n con la manga.
Cursaba el primer grado en la secundaria. Bien parecido, de pobladas cejas y largas pestaƱas. De estatura promedio, justa de la edad de un adolescente. Ligeramente cojo, por un problema genĆ©tico en una de sus rodillas. Muy sociable pero rechazado por muchas y muchos compaƱeros. Durante la clase, casi acostado, con un pie bajo su propia silla y la otra pierna extendida hacia adelante, hacĆa travesuras bajo el pupitre de enfrente. Echaba o respondĆa bromas durante la clase en turno.
Al toque del timbre para el receso, salĆa corriendo para dirigirse a la cancha; organizar o integrarse en algĆŗn equipo para jugar las retas. Participaba con entusiasmo, intentando malabares y tiros a la canasta con singulares movimientos de su cuerpo. Sin importarle el tiempo, volvĆa a llegar tarde y sudoroso a la siguiente clase. A veces, hacĆa algĆŗn intento de tarea; los trabajos en clase los hacĆa a medias. Los amigos del aula y de juego compartĆan con Ć©l alguna torta, refresco o al final de cuentas alguna que otra manĆa. Eran cinco o seis cuando mucho los que lo sentĆan como parte del grupo de amigos.
Un dĆa cualquiera de ese primer ciclo, entrĆ³ el profesor auxiliar del laboratorio de fĆsica y quĆmica, a convocar para un concurso en esas asignaturas. El Ćŗnico que levantĆ³ la mano para anotarse, fue Ć©l, el loco, como le decĆan. La risa no se hizo esperar. MĆ”s de uno le dijo frases como estas: ¡Ya tĆŗ, loco! ¡Para quĆ© te anotas!, si no vas a ganar. La respuesta de Ć©l, solo fue una carcajada brutal, que cayĆ³ como sedante en la burla de los mĆ”s escĆ©pticos. Los dĆas siguientes, que eran de preparaciĆ³n para la prueba, suponĆan todos que se pondrĆa a leer, pero no, no se notĆ³ el entusiasmo y el interĆ©s en mejorar en los trabajos. No intentĆ³ cumplir con nada. No mejorĆ³ en tareas, y contra toda expectativa del grupo, maestras y maestros, Ć©l siguiĆ³ jugando, y con las mismas manĆas de siempre.
El dĆa del concurso se presentĆ³ puntual. Todos se quedaron a la expectativa y seguros del fracaso. SaliĆ³ a la mitad del tiempo reglamentado para resolver el examen. Los amigos en el aula lo recibieron con una sonrisa y ciertas dudas. Los demĆ”s, con descarada burla. Ćl, se sentĆ³ con el desparpajo de siempre; se escurriĆ³ sobre el pupitre, estirĆ³ la pierna izquierda y la derecha la recogiĆ³ para que su pie quedara bajo su silla. Con el codo derecho, apoyado sobre la paleta, su mano desprendiĆ³ el lapicero Bic de su cuello para morder un poco mĆ”s la punta superior del mismo, hasta mancharse los dientes y labios de la tinta azul, como era costumbre.
Un lunes, despuĆ©s del homenaje, la comisiĆ³n de acciĆ³n social, ceremoniosamente en tales casos, hizo la semblanza del evento. La parsimonia del conductor del programa, creĆ³ la expectativa, mencionando el nombre del ganador del tercer lugar, con los aplausos correspondientes. Luego, la del segundo. Al final, nombrĆ³ al del primer lugar. Las formaciones de los grupos alrededor de la plaza cĆvica, en su totalidad, guardaron un sepulcral silencio. En ese instante, con su andar de siempre y la sorpresa en la cara de todos, Ć©l pasĆ³ a recibir el premio. La sorpresa minĆ³ de cierta manera, el rechazĆ³ de muchos compaƱeros y compaƱeras de aula. El impacto fue brutal sobre la mala fama que habĆa cultivado en toda la escuela. Ćl, tomĆ³ aquello como la confirmaciĆ³n que el mote de loco, tenĆa sentido. Terminamos el primer ciclo y los dos restantes se fueron entre muchas aventuras escolares. El ganador del grupo, siguiĆ³ con sus manĆas y cada uno de los amigos y amigas, con los propios sucesos y percances en casa.
Un aƱo despuĆ©s, como espectador de un partido de baloncesto, -segĆŗn sus propias palabras-, contĆ³ que ya habĆa sido anexado tres veces a un manicomio, por su propia madre, y tenĆa dos dĆas fuera del Ćŗltimo periodo. El tiempo siguiĆ³ su ruta en la que las amigas y amigos, crecieron y cambiaron muy rĆ”pido.
Cinco aƱos despuĆ©s, se le vio acostado en posiciĆ³n supina sobre una banqueta de un barrio. DespuĆ©s, se le veĆa con mayor frecuencia en esa misma posiciĆ³n, en silencio, con los ojos abiertos y fijos en la frontera del cielo y marquesina.
Siguieron los estragos del tiempo. Los amigos y amigas tomaron los diferentes senderos que les ofreciĆ³ la vida, y otros mĆ”s, con la premura del que lo ha vivido todo, adelantaron el viaje. Tiempo despuĆ©s, se le miraba siempre; caminando solitario por las calles de los barrios y por la vera de las carreteras que atraviesan la ciudad istmeƱa. Con su mirada fija en el suelo, apoyado en una vara larga a manera de bastĆ³n, compensando el caminar de lado que aĆŗn lo acompaƱaba. Con barba y cabello cano, sujeto con un paliacate; excedido de peso, pero con incansable prisa y con su pantalĆ³n, remangado en una de sus piernas. Ya no contestaba el saludo. Su mirada se habĆa transformado huraƱa y con actitud de no reconocer a nadie. Un dĆa, circulĆ³ la noticia de su muerte. El impacto de un automĆ³vil, truncĆ³ el eterno viaje por los laberintos de su ensimismamiento, buscando ese algo, que solo Ć©l sabĆa.
Hoy, el recuerdo, junto a la imagen de ese irreverente ser, garabateĆ³ la frase del filĆ³sofo alemĆ”n, que todos conocemos -aquel que en su postraciĆ³n voluntaria-, expresĆ³: El camino a todo lo grandioso pasa por guardar silencio.
*Miguel Ćngel HernĆ”ndez (Tehuantepec, Oaxaca, 1965) Docente de educaciĆ³n primaria, artista plĆ”stico y ejercitante de la escritura.
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