EL AFILADOR, UN OFICIO EN EXTINCIÓN

enero 30, 2024

 



Texto: César Elí García 

Fotos: Hugo Carmona Hernández



Las calles de nuestros barrios están ambientadas por una sinfonía de sonidos, entre las melodías que la componen, existen algunas que poco a poco van guardando silencio, desplazadas por compases completamente disonantes. Esa tarde me sorprendió, escuchar el sonido de una flauta, que inmediatamente me remitió al oficio del afilador de cuchillos. No dudé en correr por mi machete chundo, para entregarlo al artesano nómada, con la única esperanza de ver relucir su perdido filo.

Juan Valentín Méndez Jarquín, Don Vale para los amigos, tomo el machete entre sus manos y me dijo, — está bastante maltratado, pero ahorita vemos que podemos hacer— colocó su monociclo, ajustó la banda y tomando asiento comenzó a pedalear. Del encuentro del acero con la piedra de esmeril, surgieron chispas rojas. El desbaste de la piedra de esmeril, sobre el metal, parecía engañosamente violento, pero no, todo lo contrario, el brillo guardado en el corazón de la herramienta comenzaba a resurgir. Mientras don Vale trabajaba, la plática fue inevitable.




Me contó que el oficio es una herencia familiar, pues lo aprendió de su padre, quien a su vez lo aprendió de un tío de nombre Gabriel. Lleva ya más de treinta años recorriendo las calles de pueblos y ciudades. Anteriormente, emprendía rutas extensas, desde Zimatlán y Sola de Vega hasta Puerto escondido, y de Cuicatlán a los límites con Puebla; sin embargo, por asuntos familiares desde hace diez años se limita a los Valles Centrales. Esto se ha traducido en grandes satisfacciones, como conocer lugares y sostener a su familia. 

Le pregunto ¿Quiénes son sus clientes más habituales? Me responde que varían, dependiendo del pueblo o colonia, donde vaya —En los pueblos; pues los campesinos, en la ciudad; los sastres, en los mercados; los carniceros, y así va variando, como también varía la herramienta que me dan para afilar, cuchillos, tijeras, machetes, o hachas, pero el que es muy especial es el pico de doble punta, que se ocupa para esculpir los metates y molcajetes, ese lo afilo nada más por el rumbo de Tlacolula.            

Se lamenta que el oficio está en vías de desaparecer. Quiso el destino ser bendecido solo con hijas, por lo que el oficio en cuanto a su familia morirá con él. Y es que este trabajo aún está reservado exclusivamente a hombres. Cuando le pregunto, ¿por qué cree que los jóvenes no se interesan en aprender el oficio? Responde —es un trabajo en donde lo cotidiano es caminar, además es visto como una labor arcaica, la juventud quiere dedicarse a labores más modernas— La tecnología y la modernidad, nuevamente, hacen de las suyas.

—Incluso los insumos comienzan a escasear, por ejemplo, la banda que antes se compraba en el mercado de abastos, desde que este sufrió un incendio en el 2020, han dejado de venderla— Esto lo ha llevado a experimentar con otros materiales, como tela o banda dura de mochilas, que, aunque no son tan resistentes como la tradicional banda de caucho, ayudan a don Vale a hacer su trabajo.

El silbato es otra herramienta que también parece estar descontinuada, —Antes la compraba por docena en las jugueterías, hoy es difícil conseguirla— me comenta — mira la mía, la traigo pegada con plastiloca, porque ya no se consigue.

Le pregunto si es difícil aprender a afilar, me responde que no, que no tanto. —Más que aprender a afilar, a mí me costó más trabajo aprender, a silbar, es que no es silbar por silbar, cada afilador, toca su flauta diferente, así la gente nos reconoce, y sale cuando sabe que es el afilador que le gusta como hace su trabajo— entonces pienso que cuando un afilador deja de tocar su flauta, una melodía única se pierde para siempre. 

Ha terminado de afilar el machete, cuando me pregunta —¿Sí conoces lo que se dice de los afiladores y la suerte? —No— respondo, entonces me cuenta —La gente cree que cuando se encuentran a un afilador por la calle, y toca su flauta, te roba la suerte, por eso la gente se sacude la ropa como si estuviera quitándole el polvo, o acarician una moneda, para que no pierdan dinero.

Zafa la banda del monociclo, recoge su mochila y se despide silbando. Me quedo pensando si algún día dejaremos de escuchar la flauta del afilador, yo por lo pronto; acaricio una moneda y me sacudo la ropa, por si las dudas.







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