ENTRE HUMO Y POLVO
febrero 14, 2024Palafitos, Grabado en relieve/ papel canson edicion. 40x30 cm, 2020
Texto e ilustraciĆ³n: Miguel Ćngel HernĆ”ndez *
3
EL USURPADOR
AmbiciĆ³n en una cuerda
¡DĆ³nde coƱo vas, JosĆ©! Le gritaba la mujer con una voz desaforada, cargada de fastidio y resignaciĆ³n, con el puro pegado como apĆ©ndice a su boca, la mano derecha presionando su ingle, mientras la izquierda, alborotaba su hermosa y larga cabellera rizada de color castaƱo; JosĆ©, el viejo, -como le llamaba ella- segundo esposo de la abuela, en el undĆ©cimo intento de colgarse, se dirigĆa a las entraƱas oscuras de la hacienda con una cuerda de vaquero enrollada y colgada de su hombro, con esa estudiada actitud manipuladora y teatral que ya todos en la hacienda conocĆan e ignoraban.
Se decĆa que, en uno de tantos pleitos intensos y frecuentes entre la pareja, donde el viejo hacĆa siempre lo mismo, la abuela lo siguiĆ³ como otras veces, y por su desesperaciĆ³n y oscuridad reinante, se habĆa resbalado en uno de los muchos puentes de tabla que cruzaban los zanjones de riego. La caĆda fue estrepitosa, provocando ese malestar que, a la larga, desencadenĆ³ una hernia en la ingle derecha.
En las plĆ”ticas de las mujeres en ausencia de don JosĆ©, al calor del brasero y bajo el rumor de las constantes lluvias de verano y otoƱo golpeando los techos, se contaban historias siniestras de ese personaje que, eran tan negras como las aguas del ranero -pantano con el que limitaba la hacienda en su lado norte-, donde vivĆan en sus aguas estancadas ranas y sapos, pochitoques, pequeƱos lagartos y otras alimaƱas.
Una de esas historias era que, muchos aƱos atrĆ”s, el patrĆ³n, primer esposo de la abuela, cruzaba viajeros con un cayuco de su propiedad sobre las aguas del rĆo Teapa, cuya ribera recorrĆa el lindero de su hacienda. Mientras que el viejo JosĆ©, era empleado como capataz de la hacienda. Cuidaba la siembra, los animales, la cosecha de los productos y su embarque en los trĆ”ileres que llegaban de todos los rincones del paĆs para comercializarlos. En ella se decĆa que el capataz, ambicioso y taimado, hizo un plan para quedarse con las propiedades de su patrĆ³n. Con sus malas artes, cubriĆ³ la sombra del hacendado con una manta sobre las aguas del rĆo, dejĆ”ndolo atrapado bajo el embrujo. De ese acto malvado, su vĆctima, enfermĆ³ hasta la muerte. El capataz, conociendo el teje y maneje de la hacienda, tomĆ³ el control de todo. A la larga, sometiĆ³ a la abuela y engendrĆ³ a los futuros herederos de todas las propiedades. Desde la muerte del antiguo dueƱo, las condiciones, circunstancias y roles cambiaron para todos. Lo curioso -decĆan- es que la abuela, de una mujer fuerte y valiente, junto con sus hijos y una hija, pasaron a ser sirvientes de don JosĆ© y de la prole procreada con Ć©l.
La casa grande de la hacienda, contaba con amplio dormitorio de paredes de madera, traslapadas horizontalmente y con techo de lĆ”mina, como la mayorĆa de casas en esos lugares y en esa Ć©poca. AhĆ, en una esquina, habĆa un altar de muchos niveles escalonados, saturado de ofrendas y un gran repertorio de imĆ”genes sacras y otras no tantas. En un escalĆ³n a media altura y al centro de Ć©l, una pequeƱa caja de cedro resaltaba por su apariencia y por el uso personal que le daba don JosĆ©. Cuando llegaba alguna persona enferma, don JosĆ©, en su faceta de curandero, inclinĆ”ndose, susurraba a travĆ©s de un orificio que tenĆa en la cara frontal la misteriosa caja los males de la paciente; posteriormente, acercaba el oĆdo para recibir la respuesta.
Contaba la abuela, que dentro de la caja, habitaba un “diablo” con el que trabajaba el viejo, y que, con voz inaudible para los extraƱos y no iniciados, aquel ser cautivo le daba la respuesta, para expulsar los males de aquel cuerpo enfermo.
Mientras tanto, en la cocina, la abuela mordĆa el inseparable puro. Tragaba su furia y rencor con el amargo sabor del tabaco; despuĆ©s, expulsaba el humo y colĆ©rica, expresaba que la clientela del viejo, solo eran mujeres.
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