CENTRALEROS, DE ANTONIO PACHECO ZÁRATE

febrero 28, 2023

De izquierda a derecha Antonio Pacheco Zárate, Nallely Tello, Rodrigo Islas, en la presentación de Centraleros, Biblioteca Andrés Henestrosa  
  

Por: Nallely Guadalupe Tello Méndez

 

“Brandon sabe que cualquiera, el mismo Emilio, supondría una casualidad el modo en que se conocieron en el Naila hace casi un año. Pero él que no cree en las casualidades, piensa que la gente debería inferir siempre un porqué en cada suceso”.

Cuando llegué al final de Centraleros -primera novela de Antonio Pacheco Zárate, editada por Matanga Taller Editorial-, recordé este párrafo y fui a buscarlo porque no podía creer que el autor, casi desde el inicio, me hubiera dicho “lee con atención, es obvio lo que va a pasar” y que aun así el final me sorprendiera. Esa es una habilidad de los buenos escritores pues como dijo Juan Tallón: “Para contar una verdad, hay que recurrir a la ficción”[1].

Labrada con una narrativa sólida, que entrecruza distintos y muy potentes temas, tiene como hilo conductor el dolor. No obstante, Centraleros nos dice muchas verdades sobre nosotras, nosotros mismos y el tiempo que vivimos. En ese sentido, quisiera dividir mis comentarios en dos partes:

 

Primera parte. La potencia del deseo

 

Si bien el deseo es otro eje la novela -por la venganza, por la pasión desbordada de los amantes que aparecen en ella, por el impulso y a la vez el miedo a experimentar que marcan un sinfín de líneas en Centraleros-, también quiero hablar de la potencia del deseo literario de Antonio Pacheco Zárate. Después de que el negocio que tenía en la Central de Abastos quebrara tras veinte años de ser su sustento, el autor decidió dedicar su tiempo prioritariamente a la escritura -desechando en lo posterior empleos que le permitirían mejores condiciones de vida-. Sin provenir de una familia acomodada en términos políticos o económicos ni tener un patrocinio o beca para desarrollarse como hombre de letras esto podría parecer un acto suicida. Sin embargo, también es un hecho que nos habla del carácter de Antonio, quien sabe lo que quiere y está dispuesto a pagar el precio de conseguirlo. Esto, atraviesa la novela pues es certera en sus planteamientos y en el bosquejo de personajes que nos muestran el temperamento, no solo de Pacheco Zárate sino de quienes hacen posible el mercado en el que se desarrolla la historia. Para muestra un botón:

 

“No lo corrí por puto, que eso lo supe nada más con verlo la primera vez -les dijo después la corpulenta señora, mientras sostenía un costal en el que Brandon acomodaba placas de panela-. Lo corrí porque abusó de nuestra confianza. Él es libre de hacer sus cochinadas, pero en un hotel o en el río, que aquí les quedaba bastante cerca. No en el sitio de trabajo, que es sagrado”.

 

Como lectora puedo destacar la agilidad de Centraleros. Rápidamente una avanza en la trama que nos comparte la noche en calles sombrías y fiesteras de El Pueblito o Santa Lucía del Camino; vamos a prisa por los pasillos de la Central de Abastos como si distraernos nos fuera a costar la cartera. Volteamos la página respirando el olor de la canela mientras imaginamos como Brandon y Leticia cogen en un cuarto de semillas o escuchamos la música que nos sugiere el autor mientras atendemos las conversas de sus protagonistas. Sobre éstos, quisiera destacar que Pacheco Zárate muestra con inteligencia y sensibilidad sus contradicciones por lo que es imposible reducirlos a “buenos” o “malos”.

 

La novela ha tenido una importante recepción -y lo confirman tanto su segunda edición como sus nueve presentaciones- no solo porque hable de la Central o porque relate la vida sexual de tres jóvenes. Aunque no es poco el merito de saber elegir los temas sobre los que escribimos, me parece que en este caso debemos hablar del temple, la constancia y el trabajo con el que se nota fueron escritas cada una de las 154 páginas que la conforman.



 Segunda parte. Lo que Centraleros dice, aunque el autor no quiera

 

Centraleros tiene tantos vórtices que me gustaría hablar de algunos de ellos, señalando en justicia para el autor, que si bien no son la columna vertebral de su narración tampoco pueden invisibilizarse en Oaxaca (estado del sureste mexicano descrito por Antonio como mitad pavorreal, mitad murciélago):

 

Las y los jóvenes

 

Vivimos un momento en el que nos cuesta comprender a las y los jóvenes -que si porque hay que ganar dinero, que si porque los celulares distancian, que si porque ya no son como antes- pero la realidad es que Centraleros nos duele porque vemos a jóvenes que no saben qué hacer con sus emociones -enojo, miedo, tristeza-; que viven la búsqueda de sus identidades y preferencias sexo-genéricas desde la ansiedad, violencia y escarnio cuando lo que necesitan es ser sostenidos y aceptados tal como son.

Ojalá podamos generar para las juventudes opciones más allá de las que Antonio crudamente nos narra.

 

El racismo

 

Centraleros nos regala ejemplos claros de cómo hemos introyectado la idea de la blanquitud como superioridad:

 

“Hace tiempo le contó que a él, por disposición de su abuela, le asignan los trabajos que requieren menos esfuerzo físico. Supone que a la señora le agradó su apariencia: piel blanca, cabello rizado -como el de su madre-, facciones finas. Los clientes lo creen el hijo del patrón y le piden descuentos en los precios. Doña Julia nunca le aclara a nadie que él es un empleado”.

 

“Brandon suena precioso. Lo que afea es el Sánchez, que se lo debes al corriente de tu padre. Pero deja, voy a platicar con un amigo que es abogado para que tengas el Rivera como primer apellido. Mientras, dile a los prietos esos que se burlan de ti que ya quisieran tener un nombre tan bonito y, más que nada, tu color de piel y tus facciones para justificarlo”.

 

Mientras sigamos pensando que se es más conforme la claridad del tono de la piel, solo hallaremos desprecio hacia nosotros mismos.

 

El peso político de la Central de Abastos

 

Hace varios años, alguien me dijo: “¿Sabe por qué los maestros nunca toman el crucero de Tepepam? Porque de lo que el gobierno no puede hacer, en el mercado nosotros nos reímos; por eso los maestros no han podido tomar nunca el crucero de Tepepam, ni siquiera durante su movimiento en 2006. Tepepam no lo cierra nadie más que los del mercado”[2]

 

Recordé eso cuando leí en Centraleros: “Los maestros también llegaron aquí a la Central -le contó doña Julia-. Venían bien chingoncitos a tomar el único lugar que les faltaba. No habían terminado de amarrar sus plásticos esos que ponen cuando los echaron a correr a piedrazos y con tubos de fierro en mano. Nunca volvieron. Tampoco fue que estuviéramos del lado del gobierno, que también pa´ la PFP hubo saluditos a sus madres cuando entraron”.

 

 Antonio Pacheco Zárate no solo nos habla de un lugar pocas veces mencionado en la literatura oaxaqueña. Retrata una realidad que no podemos negar aunque queramos voltear para otra parte y lo hace con trabajo, constancia y compromiso. Y es ese compromiso el que lo llevó a presentar su novela en la Central de Abastos el 23 de septiembre de 2022. Pudo quedarse haciéndolo cómodamente en el centro, en otros estados o en las redes sociales pero decidió volver a un sitio que conoce muy bien, hacerse cargo y dar la cara. La honestidad y franqueza con la que Antonio Pacheco Zárate habla, escribe y responde por su obra son otros motivos por los que vale la pena leer Centraleros.




[1] https://www.milenio.com/cultura/laberinto/juan-tallon-para-contar-una-verdad-hay-que-recurrir-a-la-ficcion

[2] Tello Méndez, N. (2016), De la violencia “normal” a la “guerra civil”. La Central de Abastos después del 2006, en Curándonos de espanto. Oaxaca 2006-2016. Laboratorio de Narrativas, Colectivo Editorial Pez en el Árbol, Surco AC. 

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